Aquella noche,
aunque estabas desnuda,
vestías de luces y de fuego.
Brillaban en tus ojos
promesas
de pasión y eternidad.
Bañaba tu pubis
el manantial de tu deseo,
que entonces
nos parecía eterno.
Bailaban, eróticas,
tus manos
dibujando universos
sobre mi piel desnuda.
Apresaban tus labios
mi sexo,
duro y erecto,
buscando extraer el néctar
que gustosa bebías.
Jugaba tu lengua,
recorriéndome completo.
Bailábamos juntos
lo que pensábamos que era
un baile eterno
de amor y de deseo.
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