Quiero los desayunos en los pueblitos mágicos, los sábados, después de haber pasado la noche del viernes haciendo el amor en el hotelito de pueblo.
Quiero esas largas sesiones de besos en el autobús de regreso; de esas que escandalizan a la señora de la fila de al lado; de esas que hacen que te duelan los labios al día siguiente.
Quiero tus infames sandwiches de mermelada de fresa escondidos en tu bolsa, para comerlos en el cine, sintiéndonos como niños traviesos.
Quiero esas madrugadas en las que me despiertas con mi sexo en tu boca y luego me exiges tu rapidín para poderte ir tranquila al trabajo.
Quiero verte bailar en el pasillo del departamento esas viejas canciones de rock en español, de los años ochenta, vestida solamente con mi playera llena de hoyos de Queen.
Quiero esos fines de semana, en los que enfundada en la playera de tu equipo de fútbol, te enojas, te preocupas, y te vas poniendo ansiosa cuando van perdiendo, mientras yo me entretengo viendo tus piernas y después, terminado el partido, me das un golpe en la mano cuando intento acariciar tu sexo por abajo de la playera y de brazos cruzados y un poco molesta, me dices que no respeto ni el pinche futbol.
Quiero esas mañanas de domingo, perezosas, en las que todavía despeinada, con los ojos cerrados y sin lavarte los dientes, sonríes, y me preguntas porque carajos te estoy chupando los pezones.
Quiero esas noches de jueves en los que te pones algo de lencería y llegas a mi despacho, empeñadísima en que no pase la noche trabajando.
Quiero esas mañanas del 24 de diciembre, viéndote correr, preocupada por los tamales, los romeritos y el bacalao, pero determinada a que yo no ponga un pie en la cocina, y quiero seguir pasando esas noches del mismo día bailando hasta el amanecer, mientras los vecinos del piso de abajo se preguntan en silencio a qué maldita hora nos iremos a dormir.
Quiero todo contigo, mi reina.
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