Me gustaba su cabello largo,
ese que le llegaba casi hasta la cintura.
Me gustaba ver cómo cubría sus senos
con su cabello
cuando caminaba desnuda hacia mí
con todas las intenciones de hacer el amor.
Me gustaba su cabello largo húmedo,
después de un largo baño.
En ese momento, me gustaba sentarme en el sofá
y separar mis piernas.
Ella se sentaba en el suelo frente a mí,
entre mis piernas
y dándome la espalda,
los dos mirando la televisión
mientras yo me pasaba horas
cepillando su cabello
y ella me hablaba
de filosofía y de poesía,
de cartas del tarot y de recetas de cocina
y de su día en la oficina.
Ese cabello:
me gustaba cómo olía en las mañanas,
y me gustaba como me hacía cosquillas en las piernas
cuando yo estaba tendido boca arriba en la cama
desnudo
y ella, hincada a mí lado,
inclinada,
tomaba mi sexo
entre sus labios,
acariciándolo con su lengua.
Me gustaba cuando
al salir por la noche
se hacía un elegante chongo.
Y me causaba ternura
los sábados por la mañana
cuando paseaba por la casa
con trencitas
o con dos colitas de caballo,
enfundada solamente
en mi camiseta vieja.
Adoraba ese cabello largo.
Dicen que ahora,
que no estamos juntos,
lo usa más corto que un hombre.
Y así, no me nace ningún deseo de verla.
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