Cuando te muestro la lencería que te compré para nuestro viaje,
ríes, e ingenua me preguntas que para qué te la pones
si no te cubre nada.
¡Perdón, ha habido un tremendo mal entendido!
La lencería no es ropa interior común.
No la usas para irte a trabajar,
o para ir a visitar a la familia.
Y ciertamente, su objetivo no es “cubrir algo”.
¿Alguna vez recibiste un regalo sin envolver?
Si lo hiciste, seguro que habrás disfrutado del regalo,
quizás lo guardaste; quizás aún lo tienes…
Pero, con un regalo envuelto
¿no disfrutaste de la magia de poder desenvolverlo;
de esa anticipación que te daba ansias,
mientras te preguntabas si sería lo que tú querías,
si sería tan increíble como te lo imaginabas?
Para mí, eso es tu lencería,
es lo que envuelve el regalo de la piel que me estás obsequiando;
el regalo de tu cuerpo, cuando te dejas hacer mía.
Y a mí, como a todo el mundo,
me encanta ir desenvolviendo mis regalos,
como un crío pequeño en la mañana de navidad,
mientras me voy deleitando
con tu pálida piel,
tus pezones pequeños, erectos y rosas
y ese pubis,
que guardas para mí, depilado.
Así que, mi amor, te pido que te la pongas,
para que me permitas
ir desenvolviendo el maravilloso regalo
que me estás dando.
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