Estaciones

Nos conocimos en la primavera de nuestro deseo.

Todo parecía apuntar
a que tendríamos un amor evidente,
omnipresente,
y, nosotros pensábamos,
sempiterno e invencible.

Te enamoraste de…
yo no sé de qué,
de esas cosas que ven las mujeres…
de que te hacía reír,
quizás,
o de las cartas que te escribía,
tal vez,
o de aquel famoso helado que te compré
el día que estabas triste.

Me enamoré
de esos ojos enormes
que opacaban el sol
cuando sonreías;
de que te gustaran mis letras, y
de la forma pasional
que tenías para hacerme el amor.

Y esos deseos que teníamos, tuvieron un largo verano.

De décadas enteras,
en las que no nos cansamos de hacernos el amor,
de reír,
y de encontrarle encantos a una vida juntos.

Pero llegó el otoño,
bajaron los calores,
se fueron apagando las espontáneas sonrisas
y los momentos de pasión
se fueron haciendo rutina.

Ya no me amabas en el invierno,
aunque dijeras que aún lo hacías…
No había luces, ni flores, ni sonrisas, ni mariposas…

Llegó la inevitable nieve y el frío apagó esos fuegos
que habíamos imaginado invencibles y perpetuos.

Te fuiste, pensando que me quedaría.

Volviste y te sorprendiste de no encontrarme,
ya la nieve había cubierto mis pisadas…

Y hoy vivimos los días cortos
y las noches largas…
pero sabiendo
muy dentro nuestro
que llegará de nuevo
la ineludible primavera…

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