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Se fue.
Sentado en la cima del cerro, desde donde estoy, aún puedo verla.
Va llorando, mientras recorre el zigzagueante camino que baja del monte.
Todavía puedo saborear las saladas lágrimas que mi lengua retiró de su rostro y aún tiembla en mis labios su último beso.
Mis manos recuerdan aún la textura de la piel de las suyas, y mis oídos repiten incesantemente sus últimas palabras mientras mi cerebro y mi corazón siguen buscando la respuesta correcta.
La que hubiera logrado que se quedara.
Se fue, y sentado en la cima cerro, desde donde estoy, aún puedo verla alejarse.
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