Se le fueron acabando
los pretextos para escribir
y con ello
también las ganas de vivir.
Quizás se habían ido
por los mismos caminos desconocidos
por los que ella se había ido
cuando se llevó su amor.
Se fueron extinguiendo los amigos,
y las rosas se fueron haciendo
cada vez más escasas.
Cada día amanecía menos hombre
y más sombra
hasta que un día
ya no hubo hombre que amaneciera.
Ya podía ella estar contenta:
la destrucción del que había amado
ya estaba completa.
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