Hay besos y hay besos…
Y hay un tipo de beso,
que cuando se otorga,
en un momento de sinceridad,
o en un instante de debilidad,
constituye la confesión implícita
de un amor verdadero.
Sí se da en un momento de pasión,
pero no esa pasión arrebatadora
que no conoce treguas ni fronteras,
esa pasión
del “vamos a coger y quiero ser tu perra”.
No.
Se da en un momento de pasión diferente,
en el que el amor nos inunda y nos desborda
y sale, incontenible, por nuestros labios,
que se encuentran con los de la otra persona.
Es un beso sincero, que empieza tímido
y, quizás, lleno de culpas, o de dudas,
y va creciendo a instantes,
hasta convertirse en una fuerza arrolladora
que nos ayuda a deshacernos de nuestros temores
y también de nuestras ropas.
No hay muchos, de esos besos, en esta vida.
Esos besos marcan un antes y un después.
Nos hacen pensar en nuestras vidas
en términos de
“antes de ese beso” y
“después de ese beso”.
Nos hacen cambiar como personas,
y a veces, cuando la fortuna nos sonríe,
también como parejas.
Se guardan escondidos,
en nuestros recuerdos más íntimos,
porque es imposible poder transmitir con palabras
todo lo que originan; todo lo que desencadenan.
Son besos que, como ya he dicho en otros textos,
se recuerdan a solas,
tomando una taza
muy caliente de café,
oyendo la lluvia caer,
pensando en esa persona que quizás ya se fue,
y preguntándonos qué habrá sido de ella.
Yo he vivido esos besos.
Y espero tener vida suficiente
para volver a vivir
aunque sea uno más.
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