Me encanta ver
cómo te vas haciendo mía…
Me gusta ver esos ojos bien abiertos,
expectantes y atentos,
llenos de deseo,
esperando a que entre dentro tuyo
mientras tus manos me atrapan por la cintura
y yo estoy sobre ti.
Me gusta verte con las piernas bien abiertas
y con tu sexo depilado
brillando con las mieles
de tu excitación.
Me gusta ver cómo cierras
de pronto tus ojos,
echas la cabeza hacia atrás
y dejas escapar, apenas audible,
el primer gemido de la faena
cuando finalmente entro
lento, pero completo, a fondo.
Y me gusta ver cómo tu cabeza
vuelve a su lugar
aún con los ojos cerrados,
pero con un nuevo
y más audible gemido,
cuando salgo totalmente,
dejándote vacía de mí,
pero llena de deseo.
Y me gusta ir repitiendo ese movimiento
cada vez más duro,
y cada vez más rápido…
ver cómo tus ojos se abren enormemente,
perdiendo la paz…
ver cómo tu boca se abre formando una “O”,
como si quisieras devorarme con la boca
al mismo tiempo que lo haces con tu sexo.
De repente
ya tu frente está brillando de tu sudor
y tus labios están más rojos que nunca,
quizás porque has estado mordiéndote
la parte inferior.
Sin piedad, pongo tus piernas sobre mis hombros
y entro más a fondo, si es posible.
Me parece sentir el techo de tu interior,
y tu repentino jadeo, quiero pensar que lo confirma.
Sigo bombeando furiosamente
y tú te estiras
con esa elasticidad imposible
para besar brevemente mis labios.
Me encanta verte entregada en el momento,
con tus piernas y tus nalgas al aire
recibiéndome totalmente.
No sabes qué hacer con tus manos
las pones en mi pecho,
intentas abrazarme,
intentas abrirte las nalgas,
te acaricias los senos
y finalmente
las abandonas a cada lado de la cama
mientras te entregas a entregarte.
El cuarto ya huele a sexo,
nuestras pieles están empapadas
de sudor y excitación
y es imposible ignorar el ruido
del golpe seco, como una nalgada,
que se produce,
cada vez que nuestros cuerpos
se encuentran otra vez,
en una nueva estocada.
Y completando ese golpe rítmico
están tus gemidos, quejas y jadeos,
cada vez más fuertes, cada vez que te embisto.
Van aderezados con alguna ocasional mala palabra,
complementada con mi nombre,
pronunciado entre jadeos.
Y así te vas haciendo mía,
y yo tuyo, no lo niego,
hasta que explotamos,
algunas veces juntos,
antes de caer agotados
en esa cama ya totalmente mojada.
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