Nos conocimos en el borde
del precipicio
de la perdición de mi vida.
En la oscuridad,
me rodeaban los aullidos de los lobos
y los gruñidos de los chacales.
No creía que volvería a ver la luz del sol
y el calor de sus rayos
se antojaba como un recuerdo
que jamás regresaría.
Llegaste blandiendo una espada de fuego.
Traías la mirada llena de esperanza
y tu sonrisa prometía mañanas nuevas,
soles renovados
y noches de lunas llenas.
Llegaste
cuando ya se había ido toda la esperanza,
cuando ya no quedaban fuerzas en mis brazos,
y al darme una nueva razón para vivir,
llenaste mi espíritu de nuevos bríos.
Hoy caminamos juntos
tomados de la mano
hacia un día nuevo,
cargado de flores, promesas y esperanzas.
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