Me gustan las mujeres
de sonrisa pronta, abundante y grande.
Esas mujeres a las que no les importa
no tener los dientes perfectos.
Esas, que sonriendo, saben opacar toda la gloria del sol.
Esas, que acompañan sus sonrisa sincera
con el brillo de sus ojos.
Me gustan las mujeres de cabello largo;
las que saben usarlo para cubrir coquetamente sus senos
cuando están desnudas frente a mí.
(Y es que a mí me encanta mover ese cabello
para descubrirles todos sus encantos).
Me gustan las mujeres que no se preocupan por su peso,
a las que no les importan las estrías ni las arrugas;
las que, al descubrirse otra cana, se alegran, y la peinan al frente,
para ir formando ese orgulloso penacho plateado.
Me gustan las mujeres que se sienten cómodas
tanto en pantalones de mezclilla, como en vestido largo,
las que saben comer en el mercado, y en el restorán más caro,
las que saben bailar en el patio de la casa
y en el centro nocturno de moda.
Y también las que saben bailarme en lencería,
mientras se van desnudando,
justo antes de hacer el amor.
A las que, sonriendo, les gusta hacer a un lado sus braguitas
para hacer el amor en el monte, en la milpa,
en la playa, o en la sala de la casa.
Me gustan las mujeres que comprenden
que es igual de importante
el café matutino, (a veces con
un pequeño pan dulce),
que el tequila de la noche;
ese “único” caballito de tequila,
que a veces puede llegar a ser
más de cinco.
Me gustan las mujeres
que descansan su cabeza sobre mi hombro
cuando estoy cantándoles con la guitarra
o cuando les leo un libro de poemas.
Bendito tesoro,
una mujer que todavía puede sonreír
con toda la sinceridad y alegría de su corazón.
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