Me gustaba recorrer tu piel entera
en la intimidad de nuestro cuarto
en un motel de paso
o en el riesgo de una discreta mesa
en un café casi vacío.
Me gustaba comenzar por tus piernas
de piel tan suave…
Ir subiendo poco a poco
mientras cerrabas los ojos,
te ibas excitando
y te ibas poniendo tensa.
Me gustaba deslizarme dentro de tu falda
acariciar tus nalgas, casi desnudas,
enmarcadas solo por el casi inexistente
hilo de tu tanga,
que me gustaba hacer a un lado
entre tus piernas
para rozar suave y descaradamente
esos labios húmedos
que ya iban comenzando a sonreirme…
Me gustaba cubrir con la palma de mis manos
tus senos erguidos, tus duros pezones oscuros
que se alzaban para recibirme.
Pero nunca pude recorrer igual
los secretos de tu alma,
que jamás abriste tanto
como abriste tu cuerpo.
Si yo hubiera podido conocer tu alma
con el mismo detalle con el que recorrí tu cuerpo,
si me la hubieras confiado, como lo hiciste con tu piel,
si hubiera viajado por ahí, preguntado, explorado,
besado, mordido, lamido, tocado, frotado,
tus secretos más íntimos, tus pensamientos más secretos,
el fondo de tu alma,
quizás aún estarías hoy conmigo…
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